
- Participaron 52 botargas y mascaritas pertenecientes a diferentes generaciones, que desfilaron por las calles del pueblo siguiendo su recorrido invariable. A eso de las cinco y media salía la “vaquilla”, que precedía con sus controlados envites a las carreras tras el botillo, y a la barbacoa, con carne y vino, para todos los asistentes. Los dulzaineros de Sigüenza se encargaron de ambientar musicalmente la cadencia acompasada de los cencerros de las botargas.
A las 16:00 horas de la tarde, puntual, sonaba fuerte el cuerno de toro que, soplado por Miguel Mata, a quien corresponde el papel “de corneta”, provocaba el inicio del desfile de las botargas. Este año aparecían en lo alto del pueblo, por el extremo Norte del casco urbano.
Antes de eso, cientos de turistas y lugareños, más de mil según la estimación del Ayuntamiento de Tamajón, se agolpaban a lo largo del recorrido, que, invariable, llevaron a cabo los botargas primero, y botargas y mascaritas después. Decenas de fotógrafos les siguieron en su sonoro caminar capturando miles de imágenes del desfile.
Fueron 52 los almiruetenses que, pertenecientes a varias generaciones, desfilaron por las calles de la localidad, dejando a su paso bellas estampas de sus trajes blancos, con cencerros a la espalda, y máscaras multicolor, que preparan con cuidado durante meses, “siempre sobre una base de cartón, de madera, de escayola, aprovechando después elementos del terreno como hojas o raíces de árbol”, afirma Mata.
El corneta fue uno de los pioneros de la recuperación del carnaval de Almiruete que ayer cumplió exactamente tres décadas (1985). “Aquel día, cuando yo tenía ya 41 años, desfilaron mis hijos junto a nosotros, con los de otros compañeros. Creo que entre todos hemos hecho una buena labor implicando a las nuevas generaciones en el mantenimiento de una tradición milenaria que nunca debió perderse”, valora el almiruetense.
Pese a que en las umbrías había nieve y a que se esperaba lluvia, el astro respetó el carnaval. En la Plaza, en la que está el Museo de la Botarga y las Mascaritas de Almiruete, no cabía un alfiler. En uno de los rincones, la organización encendía la lumbre para ir haciendo las ascuas con las que luego se iba a asar la carne y beber el vino con los que se subraya la celebración.
Llegados al casco urbano precedidos del sonido imponente de los cencerros, y procedentes de la taina donde habían quedado para vestirse, los botargas dieron las tres vueltas al pueblo exhibiendo, orgullosos, su indumentaria. En la segunda, recogieron a las mascaritas, o sea, a las mozas que también se habían caracterizado para la ocasión con un atuendo “más fino y elegante” que poco tiene que ver con el suyo. Que los cencerros que las botargas llevan a la espalda suenen como deben no es tan sencillo como parece. Su marcha “tiene algo de desfile militar, hay que llevar el paso según se avanza, e impulsar el cencerro hacia arriba mientras se camina. Sólo así se consiguen el ritmo y la cadencia adecuada, porque de otra manera, el recorrido suena a desbarajuste y a desorden”, explica Mata.
Botargas y mascaritas se eligieron y emparejaron según el ritual y con la dificultad que entraña reconocerse, porque tanto unos como otras llevaban la cara y el resto del cuerpo cubiertos, incluidas las manos. El tercer y último giro, que terminó en la plaza, lo hicieron desfilando en dúos.
Cuando concluyó la ruta por el pueblo, los botargas recogieron las espadañas, que habían escondido previamente, mientras que las mascaritas hicieron acopio del confeti de colores que han recortado y que guardaban, igualmente, a buen recaudo.
Juntos esparcieron las pelusas de las espadañas y los papelillos de colores sobre la muchedumbre que se agolpaba en el lugar. El aire distribuyó unas y otros caprichosamente, haciendo que se pegaran a la ropa de los asistentes. Mientras caía la lluvia de la fertilidad, la pelusa, los botargas, cometiendo una pequeña maldad, ensuciaron la cara a las mujeres que no se habían vestido con tizne de la sartén o con algo de grasa, pero sin abusar.
No es la única “licencia” que se les permite a los botargas. Con los garrotes, además de marcar la distancia en el desfile entre unos y otros, también mantienen a raya a la multitud, marcando su territorio o dándole algún palo al pilón de la fuente para remojar a los curiosos. Además, el bastón tiene otras misiones. “El garrote cumple una función básica que es el apoyo, porque no se ve mucho con la máscara puesta, pero también se cree que donde el botarga toca con la madera, fertiliza la tierra”, puntualiza Mata.
A partir de las cinco y media de la tarde, salía la “vaquilla”, un alminuetense caracterizado de forma distinta, que atacaba a la gente, según su costumbre, “sin control humano”. Llevaba sobre los hombros y la espalda una estructura de madera que coronaba una cornamenta real, de toro, sujeta a las tablas, y completamente cubierta por una manta negra, pelada, que le envolvía hasta los pies.
Ya con las caras descubiertas, los botargas volvían a protagonizar las acostumbradas carreras tras el botillo lanzado desde la balconada del antiguo Ayuntamiento de Almiruete. Fueron los dulzaineros de Sigüenza los que se encargaron de ambientar musicalmente la jornada, con sus jotas, paloteos, pasodobles y música de carnaval.
Uno de los presentes fue Eugenio Esteban, alcalde de Tamajón que alabó “el respeto por la tradición que tienen los almiruetenses”. El regidor agallonero destacó que se había visto desfilar “a cuatro generaciones diferentes de almiruetenses, lo que garantiza la pervivencia futura de la tradición”, y señaló que el Museo de la Botarga, en el que los visitantes pueden conocer a lo largo del año el carnaval de Almiruete, “lo vistieron con su buen gusto y perfección habitual los almiruentenses, lo que tiene muchísimo mérito”. Por último, el regidor subrayó el respeto del Ayuntamiento por las costumbres y forma de hacer en la localidad. “Entendemos que nuestra labor es prestarles apoyo en aquello que nos piden, dejando que sean las propias asociaciones y vecinos del pueblo quienes programen y organicen sus actividades”.
Ana Guarinos, presidenta de la Diputación de Guadalajara, también acompañó a los almiruetenses en la celebración de un carnaval que “impresiona y demuestra que se tiene un especial interés en conservarlo y en mantenerlo, da mucha alegría ver a los niños desfilar, siguiendo los pasos de sus mayores. Considero que también es misión de la Diputación Provincial acompañar las celebraciones de los pueblos, y conservar y defender las tradiciones y costumbres de nuestra tierra”, valoró.
Encarna Jimenez, diputada en el Congreso por Guadalajara, compartió una celebración “que sin duda forma parte del patrimonio inmaterial de Guadalajara” con los almiruetenses. “Demuestra el amor y el respeto que sienten por sus mayores y tradiciones”, decía ayer la congresista. Jesús Parra, diputado de Turismo, calificó la celebración como “un referente provincial”, y opinó que de la mano del respeto a las tradiciones y de su potenciación, “se puede atraer gente y riqueza a nuestra tierra, por ejemplo de la mano de la ilusión y el empeño que ponen cada año los almiruetenses en el carnaval”, dijo. También se acercó hasta Tamajón el delegado de la Junta en Guadalajara, José Luis Condado.